Las terapias cognitivas, tal como las concibe Victor E. Raimy, deben centrar su atención en descubrir conceptos erróneos del paciente y en sustituirlos por otros más adecuados y adaptados a la realidad. Según este autor, los conceptos son los instrumentos que el individuo utiliza para organizar y manejar su mundo externo, sus sentimientos y pensamientos. Si estos conceptos se sustentan en una visión distorsionada del sujeto, parece evidente que ellos le conducirán a situaciones de conflicto consigo mismo y con su entorno. A los conceptos erróneos, también denominados creencias irracionales y supuestos falsos, habría que atribuirles la responsabilidad de la mayor parte de los problemas psíquicos.
En este contexto, “concepto” es algo más que la representación simbólica de una idea abstracta y general, más que un pensamiento expresado en palabras. Incluiría también estructuras inconscientes adquiridas en las primeras etapas de la infancia que condicionan las actitudes del individuo. Los conceptos erróneos establecidos en esta primera fase evolutiva es lo que los terapeutas cognitivos designan como “distorsiones paratáxicas”.
Por tanto, el concepto erróneo parece tener raíces en dos áreas del psiquismo humano que se disputan la autoría de los trastornos psíquicos: la emoción y la cognición. Mientras que unos autores defienden que la emoción depende de la evaluación cognitiva anterior de la situación concreta, otros afirman que las emociones pueden ocurrir sin una codificación perceptual y cognitiva, y que la emoción y la cognición están gestionadas por circuitos cerebrales diferentes.
Estos últimos autores pueden apoyarse en investigaciones de la psiconeurofisiología que han localizado en determinadas estructuras cerebrales el manejo de las emociones. Si bien el sistema límbico es una estructura cerebral que, en sus orígenes, en los mamíferos inferiores, gestiona las vivencias impulsivas relacionadas con la supervivencia y la reproducción, en los mamíferos superiores amplía su campo de actividad también a la modulación de las emociones y a la fijación y evocación de la memoria. El circuito límbico puede considerarse un modelo de elaboración de estímulos que hace posible el funcionamiento orgánico de los mamíferos por medio de mecanismos antagónicos que facilitan el equilibrio adaptativo y la supervivencia.
Superponiéndose al cerebro intermedio, en el que se alojan las estructuras límbicas, se encuentra la neocorteza, la parte del cerebro filogenéticamente más reciente y característica diferencial de los mamíferos superiores. La interconexión de las tres capas del cerebro hace de este órgano una unidad funcional. La neocorteza agrega complejidad y riqueza a la capacidad de percepción y elaboración de los estímulos, pero no modifica sustancialmente el esquema de funcionamiento cerebral. Puede afirmarse, por tanto, que las respuestas emocionales de los mamíferos superiores están estrechamente vinculadas al circuito límbico.
Estas respuestas emocionales pueden consistir en afectos, explosiones emotivas de corta duración acompañadas de signos somáticos evidentes, en estados de ánimo, más persistentes y con manifestaciones somáticas menos intensas y llamativas, y en sentimientos, caracterizados por contenidos más complejos y casi desprovistos de manifestaciones somáticas. Un ataque de cólera sería un ejemplo de un afecto, la actitud optimista lo sería para un estado de ánimo y el goce por la contemplación de un paisaje correspondería a un sentimiento.
Se puede afirmar que el circuito límbico es responsable tanto de respuestas provocadas por estímulos de raíz instintiva (sed, hambre, sexualidad) destinados a asegurar la supervivencia del individuo, como de respuestas a excitaciones más complejas (respuestas emocionales) enraizadas en el psiquismo, que presuponen una transformación del impulso instintivo en pulsión como consecuencia de la aparición de la representación psíquica y del deseo.
Partiendo de las hipótesis formuladas por la psiconeurofisiología sobre la evolución filogenética del cerebro humano como elaborador de estímulos internos y externos a los que da una respuesta, parece evidente el vínculo entre afecto y cognición. El problema central de la psicoterapia sería cómo romper dicho vínculo, en uno de cuyos extremos estaría el afecto y en el otro la cognición. ¿Si se modifica la cognición, se altera el afecto, o si se cambia o desactiva el afecto, sufre la cognición también alteraciones? Sería difícil ignorar que ambas alternativas son posibles. Si un paciente por vía cognitiva se convence de que su creencia es errónea, el malestar que experimentaba ante ciertas situaciones desaparecerá, o se mitigará. Pero, igualmente, si una persona tiene bloqueada su capacidad cognitiva por una fobia que le impedía elaborar y asimilar situaciones nuevas, la desactivación de la inhibición fóbica potenciará su capacidad intelectual.
La cuestión que se plantea es hasta que punto es abordable un concepto erróneo, que puede estar alojado en capas profundas del inconsciente como las “distorsiones paratáxicas”, únicamente por medios cognitivo-racionales. Ante una creencia irracional, como también se denomina el concepto erróneo, un individuo puede llegar por la vía cognitiva a la convicción del contenido absurdo e inconsistente de su creencia, lo cual no impedirá que siga comportándose de la misma forma inadecuada. Puesto a explicar la incoherencia entre su convencimiento de que su creencia carece de sentido y su comportamiento, podría justificar sus actos como provocados por una fuerza interior que él es incapaz de controlar. Esta situación puede ser fuente de un temor difuso que, en casos extremos, se convierte en una angustia capaz de inhibir fuertemente la capacidad cognitiva del individuo.
Cuando la situación descrita es agudizada por el estrés, el individuo pierde la confianza en su capacidad de regular sus actos, instalándose en su mente el concepto erróneo de la frenofobia, es decir, el temor a caer en una crisis mental que le conduzca a estados psicóticos de total descontrol. El miedo ya no tiene una causa concreta que se pueda abordar racionalmente, se convierte en pánico sin causa determinada.
Mientras el miedo tenga una motivación concreta que el paciente pueda comunicar al terapeuta, éste podrá, por medio de una argumentación racional, desactivar o relativizar los motivos causantes de los temores. Sin embargo, cuando el paciente se encuentre inmerso en la frenofobia, se considerará a si mismo como una persona anormal dominada por la ansiedad y el pánico, su capacidad de raciocinio se encontrará mermada, si no anulada, lo que implica que no será accesible por medio de una argumentación racional. En estos casos, el terapeuta tendrá que recurrir a la vía afectiva para modificar el sentimiento del paciente de ser un ser anormal. Ahora bien, no serán las palabras del terapeuta las que consigan la desactivación de su sentimiento de anormalidad, sino lo que pueda transmitirle el terapeuta a través de sus actos. Éste deberá comportarse de forma coherente, dándole el tratamiento que daría a cualquier persona normal, para establecer un lazo de empatía y confianza con el paciente. Si el terapeuta consigue transmitir al paciente de forma convincente que su concepto de este último es diferente del que tiene el paciente de si mismo, podrá iniciarse una modificación del concepto erróneo, lo cual tendrá que sustentarse en el mencionado vínculo de empatía y confianza previamente establecido. Es obvio que el tratamiento de la frenofobia exige al terapeuta un alto grado de implicación y autenticidad.
La eliminación o el alivio de la frenofobia es indispensable para poder acceder a la modificación de otros conceptos erróneos, entre los que se encuentra la creencia de ser una persona especial a la que corresponde el derecho a recibir un trato especial. El individuo que alberga estas creencias difícilmente podrá aceptar relaciones con sus semejantes a nivel igualitario, pues tendrá la necesidad de sentirse superior. Mientras la vida de estas personas vaya acompañada por el éxito, no emergerá ningún síntoma. Sólo cuando el fracaso haga tambalearse su firme creencia en su superioridad, tenderán al aislamiento y a la soledad, ya que no son capaces de establecer verdaderos vínculos humanos. No es descartable que la ansiedad y la depresión causadas por la pérdida de la autoestima, inducida por el fracaso, hagan emerger síntomas de frenofobia.
Al concepto erróneo de la persona especial se le atribuyen varias etiologías, entre las cuales se encontraría el mimar a los niños o la inculcación directa de ser un ser especial. Partiendo de este supuesto, la terapia sería equivalente a una rectificación de la educación recibida. Si se supone que el fenómeno tiene su raíz en la posición narcisista del sujeto, en una exaltación del amor propio, nos encontraríamos ante una estructura grandiosa y exhibicionista vinculada a la imagen del padre idealizado. En este último supuesto, las raíces etiológicas serían más profundas, y es probable que medidas de tipo cognitivo-educativo no consigan la rectificación de la creencia errónea, ya que la misma se sustenta en un sustrato inconsciente de la personalidad.
Si, por otra parte, admitimos que al complejo de superioridad subyace un complejo de inferioridad, el concepto erróneo de persona especial no sería más que un mecanismo de defensa compensatorio del sentimiento inconsciente de carecer de valor para los demás. Un ataque directo a este mecanismo de defensa, es decir, al complejo de superioridad, se encontrará con el rechazo frontal del paciente que, con razón, temerá una desestabilización de su personalidad al socavar su autoestima, que precisamente se sustenta en el complejo de superioridad. Sería, en este caso, más recomendable reforzar la autoestima del paciente apoyándose en elementos reales objetivos, representados por las cualidades que valora su entorno. Al mismo tiempo que se debilita su complejo de inferioridad, al convencerse que posee cualidades valiosas, su empeño en exhibir su superioridad perderá fuerza, lo que le permitirá mostrarse más auténtico y reducir su intolerancia a una discusión racional de sus creencias.
Al complejo de inferioridad está asociado otro de los conceptos erróneos más frecuentes, el de la propia incapacidad, que se alimenta de la confusión entre la carencia real de alguna habilidad y la aversión a enfrentarse a alguna tarea; estaríamos ante la confusión entre el “no puedo” y el “no quiero”. Podría considerarse este concepto como un mecanismo de defensa para eludir cómodamente el malestar que pueden conllevar ciertas actuaciones, sería equiparable a una estrategia de evitación.
Para enfrentarse a los conceptos erróneos mencionados y a otros de quizá menor relevancia, el terapeuta dispone y utiliza instrumentos con diversos grados de intervencionismo terapéutico, cuyo objetivo común es implantar, mejorar, corregir o eliminar los conceptos que rigen la vida del paciente. En su tarea de detectar los conceptos erróneos del paciente, el terapeuta debe atender no sólo a las comunicaciones verbales del paciente, sino también al afecto que exterioriza, que, frecuentemente, es la única vía de captación como en el caso de las “distorsiones paratáxicas”.
Las intervenciones del terapeuta son mínimas en el autoexamen, por medio del cual el terapeuta intenta orientar la propia búsqueda del paciente para descubrir y modificar conceptos erróneos relevantes, evitando, dentro de lo posible, interpretaciones y confrontaciones. No obstante, algunos terapeutas reconocen hacer uso de algún tipo de interpretaciones.
Un mayor grado de intervención tiene lugar al utilizar el instrumento de la explicación, que consiste en que el terapeuta hace uso de los conocimientos adquiridos durante el tratamiento para convencer al paciente de la falsedad de algunas de sus creencias, entendiéndose por explicación no sólo una exposición formal, sino que también incluye interpretaciones y confrontaciones. Aunque este instrumento tiene un carácter directivo, puede moderarse por medio del diálogo y discusiones con el paciente.
La autodemostración permite al terapeuta ser más activo en el proceso de curación, ya que puede organizar y proponer situaciones especiales, en la vida real o cercanas a ella, tales como terapia de grupo, con el fin de que el paciente pueda observarse a si mismo en acción y descubrir sus conceptos erróneos relevantes.
El modelado, consistente en inducir al paciente a imitar a un modelo, ya sea vicariamente o en la realidad, se estableció como instrumento terapéutico cuando los terapeutas se percataron de que los pacientes se identificaban frecuentemente con ellos. No puede pasar desapercibido que la utilización de este instrumento permite la acomodación del paciente dentro de un determinado modelo cultural, pero, al mismo tiempo, es propicio a la manipulación y al adoctrinamiento ideológico.
Se considera que la labor terapéutica ha tenido éxito cuando el paciente reconoce que sufre de un concepto erróneo específico, o de un grupo de conceptos erróneos relacionados, es decir, cuando se ha conseguido el denominado “insight”. Éste no es un momento estelar que ilumina repentinamente la mente del sujeto, sino un proceso lento de comprensión sembrado de dudas.
Es evidente que la comprensión de las pautas que condicionan sus actos permitirá al paciente una visión más distante y relativa de sus procesos internos, lo que inducirá el alivio de su sufrimiento. No obstante, el “insight” no desvela las fuerzas y energías que han propiciado que se instalen los conceptos erróneos. Estas últimas causas habrá que buscarlas en capas más profundas del inconsciente. Si un individuo sufre de temores fóbicos ante una situación u objeto concretos, la terapia cognitiva puede liberarle de esa fobia determinada, pero seguramente no podrá evitar que surjan nuevas situaciones fóbicas, es decir, no se habrá eliminado su tendencia a la fobia anclada en la estructura de su personalidad y condicionada por sus primeras relaciones objetales. Para liberarle de dicha tendencia será preciso desvelar, es decir, hacer consciente y elaborar la experiencia primaria traumática que anidó en la estructura de la personalidad.
BIBLIOGRAFIA
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Gómez Bosque, Pedro Elementos de Psiconeurofisiología
Librería Médica, Valladolid, 1977
M. J. Mahoney Cognición y Psicoterapia
A. Freeman Conceptos erróneos y terapias cognitivas
Victor E. Raimy
Paidós
jueves, 8 de octubre de 2009
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Cual es el concepto erroneo de la persona especial
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